Había una vez en un bosque un asno,
que se llamaba Bonifacio y un zorro
que se llamaba Serafín. El zorro
siempre se burlaba de la tosca
inteligencia del asno Bonifacio.
—Especies tan toscas como la tuya no
tendrían que existir, por que eso
daña la imagen de animales como
nosotros.
—Mi padre, que era un asno listo y
bueno, solía decir siempre que tenia
que haber de todo en el mundo( gente
buena, gente mala, gente lista,
gente menos lista, en fin de todo),
pero que todos éramos hijos del gran
creador y que todos teníamos los
mismos derechos, a la hora de pasar
por la vida.
—Tu padre era un tosco y tú eres
tosco y medio ¡ja, ja, ja! Listo tu
padre, no me hagas reír Bonifacio,
que me duelen los dientes.
—Serafín, tú con esa arrogancia, ¿a
que le llamas ser listo?
— Pues que haga lo que haga, lo
puedo hacer mejor y más rápido que
tú.
—Si tan superior te crees a mí,
hagamos una apuesta y el que la gane
entonces podrá decir, con certeza,
que es más listo.
—Bonifacio, no quiero abusar de ti,
porque en el fondo, muy en el fondo
de mi corazón, te quiero. Tú sabes
de sobra que cualquier cosa que
digas, por muy rara que sea, la
puedo hacer mejor y más rápido que
tú.
—Entonces no lo pensemos más y
hagamos la apuesta, si tan seguro
estás de que me puedes ganar, no
creo que pongas ningún impedimento.
—Y se puede saber Bonifacio, qué
tienes en tú tosca mente, que
piensa (aunque poco), que en algo me
puedes ganar.
—Un viaje.
—Un viaje, ¡ja, ja, ja! ¡Piensas
ganarme en un viaje!, no me hagas
reír, que me duelen los dientes,¡
ja, ja, ja! Hacía tiempo que no me
divertía tanto Bonifacio. Tú además
de ser tosco, veo que eres tonto ¡ja,ja,ja!
— Sí, sí, un viaje (veo que te hace
mucha gracia), y el que llegue
primero al sitio elegido por los
dos, será él que habrá ganado la
apuesta. Y entonces a partir de ese
momento, será el que podrá decir con
certeza, quien de los dos es el más
listo.
— ¿Y a donde quiere ir usted de
viaje, señor listo?
—A donde tú digas, te doy el
privilegio de elegir el recorrido.
A mí me da igual, te ganaré de
todas formas, hagas lo que hagas y
vayas como vayas y a donde vayas.
—Qué te parece si la apuesta, es ir
al pueblo más cercano.
— ¿Cuantos kilómetros hay hasta el
pueblo más cercano que dices? —
Preguntaba el zorro, ya un poco más
serio —.
—Cincuenta kilómetros más o menos,
hasta la puerta de la iglesia – le
contestaba Bonifacio —.
— No me hagas reír Bonifacio, a ese
pueblo llego antes que tú, por lo
menos una hora.
—Cuando quieras podemos comenzar el
viaje, Serafín.
—Después y cuando te haya ganado, no
te enfadaras si te digo tosco, lento
y lo que me venga en gana.
—No me enfadaré, pero si gano yo, te
diré lo mismo y entonces tú, me
tendrás que aguantar y respetar.
—No me hagas reír Bonifacio ¿
piensas siquiera un segundo, en que
me puedes ganar?
—Tú has escuchado lo que te he
dicho.
Sí, sí me ganaras que eso es
imposible, aceptaré lo que me digas
¡ ja, ja, ja!
—Tendremos que traer testigos de
prestigio, para que verifiquen,
quién de los dos gana la apuesta.
—Por mí no te preocupes Bonifacio,
puedes traer a todos los habitantes
del bosque.
—No hace falta que vengan todos,
solo los de mas prestigio.
— ¿Y a quien piensas llamar?
—Llamaré al lobo Amaro, al oso Blaco
y al búho Creco.
—Por mí los puedes traer, aunque en
eso del prestigio, hay otros que
para mí son más.
—Si no estas de acuerdo, puedes
traer tú a los que consideres de más
prestigio.
—Es igual, que vengan los que tú has
dicho, al fin y al cabo, siempre
será mejor que verifiquen tu
derrota, tus propios amigos.
Los tres invitados fueron puestos al
corriente de la disputa, y los tres
aceptaron ser los jueces de la
misma.
—El que llegue primero a la puerta
de la iglesia será el ganador, y no
importa el camino que se elija,
podréis elegir el que ustedes
consideréis mejor. ¿Estáis los dos
de acuerdo, en que así sea? —Les
preguntaba, el búho Creco—.
Los dos aceptaron las condiciones y
quedaron para salir al día
siguiente, a las ocho de la mañana.
Medía hora antes de comenzar la
carrera, Serafín hacía flexiones,
enseñando sus ágiles patas, y
Bonifacio en cambio llegaba diez
minutos antes de la carrera, con su
lento caminar.
—¿Estáis de acuerdo en cumplir todas
las normas que hemos nombrado? — les
decía el lobo Amaro —.
Los dos estuvieron de acuerdo y
cuando el oso Blaco bajo la mano,
comenzó la disputa. Serafín salió
como un rayo, seguido por un lento
Bonifacio.Cuando llevaban media hora
de carrera, Serafín había perdido a
Bonifacio y este miraba desde lo
alto de un cerro, a ve si lo
divisaba. Serafín se echó a reír,
cuando a lo lejos vio a Bonifacio
que, con su lento caminar, iba
subiendo el cerro.
—Adiós súper lento, en la puerta de
la iglesia te espero — le dijo
serafín y salió corriendo —.
Cuando faltaban diez kilómetros
para llegar al pueblo, Serafín se
encontró con un serio obstáculo. Se
trataba de un río de unas
dimensiones muy grande y, para poder
llegar al pueblo, había que
atravesarlo y Serafín no sabía
nadar. Este, desesperado, daba
vueltas intentando buscar un lugar
para cruzarlo, pero si no era
nadando, no había ningún sitio por
donde hacerlo. Bonifacio, con su
lento caminar, se acercó al río y
bajo la mirada de Serafín, que se
había escondido tras unos
matorrales, se echó al agua y en un
santiamén, estuvo en el otro lado.
El búho Creco (que iba vigilando a
los dos contendientes) vio a Serafín
que, con mucha impotencia y
desesperación, intentaba cruzar el
río.
—¿Que té pasa Serafín, que estás tan
nervioso? — le preguntó el búho
Creco —.
Este no lo esperaba y se llevó un
gran susto.
—Es que no se nadar y me ganará
Bonifacio, y eso me pone el cuerpo
malo.
En ese momento llegaban el lobo
Amaro y el oso Blaco.
— ¿Pero con lo tosco que es
Bonifacio¿ como ha podido cruzar el
río y tú, con lo listo que siempre
has dicho que eres, estas en este
lado todavía?— le preguntaba el lobo
Amaro —.
—La verdad, señores, es que el que
ahora esta siendo tosco soy yo.
—Que esto te sirva de lección
muchacho y nunca menosprecies a
nadie, por muy superior que te
creas— le aconsejaba el oso Blaco —.
—Siempre hay alguien que sabe más
que uno, por muy listo que uno se
crea— le aconsejaba el búho Creco —.
—Nunca te burles de los que, por
desgracia, no han tenido la suerte
que tú, porque la inteligencia se
heredad, pero el saber no, y siempre
puede haber alguien, que no teniendo
la inteligencia que tú, puede saber
cosas que tú no sabes – le
aconsejaba el lobo Amaro —.
Moraleja: Que sirva de lección, lo de Bonifacio y Serafín, que de todo tiene que haber, según el creador. Si tú eres un Serafín, por que has tenido esa suerte, ayuda a los Bonifacios y nunca te creas superior a ellos, sino con más suerte.
Autor: Guillermo Jiménez