El río de la
vida, es uno de los tres relatos que aparecen
en el libro autobiográfico de Norman
Maclean, de título en inglés A
River Runs Through It; fue publicado en 1976 y el que ahora tengo en
mis manos es una traducción de Luis Murillo
Fort . Editorial Asteroide,
2010. La película El río de la vida, del director Robert
Redford, 1992, está basada precisamente en este relato.
El relato, nos cuenta algunas
paradojas de la vida, cuestiones que son difíciles de interpretar y que
son el río mismo de la vida. La eterna metáfora del río, como dice
Gabriel Insausti en el prólogo. Para
explicar estas paradojas, el relato hace un canto a los ríos y
a una afición, la pesca de la trucha con mosca, que un padre (pastor presbiterano) inculca a sus hijos, uno de ellos Norman Maclean,
desde temprana edad.
El hecho de que Norman Maclean
fuese profesor de Literatura, murió en 1990, y que su máxima
aficción fuese precisamente la pesca de la trucha a mosca,
siempre ejerció sobre mí una gran curiosidad por leer el libro, del que
supe por la película. El autor era experto en las dos cosas, escribir y
pescar truchas, y efectivamente lo demuestra en este relato con
creces. Un relato muy curioso, interesante y único. La historia
familiar que narra es también conmovedora, el
río de la vida misma, pero no voy a revelarla para no estropear ni
el libro ni la película.
Ver
unos párrafos del relato , cuando
van a pescar por última vez, el padre y los
hijos en el río Blackfoot, en Montana. Una jornada de pesca inolvidable.
(Párrafos del libro El
río de la vida. Las fotografías son añadidas por mí, e
intentan aclarar algunos detalles del texto, por cierto muy bien
traducido por Luis Murillo Fort (mi enhorabuena, si algún día
llega a leer esto, cosa que dudo...), toda vez que las
características técnicas de muchos detalles de la pesca con
mosca y los ríos non son nada fáciles...)
La pesca a mosca, como
decimos los pescadores de mi zona "con cola de rata", es la que
practicaban el padre y los hijos de la novela El río de la
vida. Una caña especial, en este caso de bambú, hoy ya
hay otras cosas, aunque el bambú sigue siendo especial, de
dos metros y medio (depende mucho del río)
aproximadamente, la cola de rata o hilo especial para lanzar, el líder, que es un hilo transparente que se pone al final, mucho
más pequeño, generalmente dependiendo de los ríos de 0,16 mm.
(lo hay más pequeño y por supuesto superior) y finalmente
la mosca o pluma, que las hay flotante, sumergidas, etc. .
Por supuesto el hilo "cola de rata" va en un carrete especial
que se ve en la fotografía. Desconozco el autor de la foto.
Así empieza el relato:
..."En nuestra
familia no había una separación clara entre religión y pesca con
mosca..."
Decía el padre enseñando a pescar a sus
hijos:
..."Este es un arte que se ejecuta
entre las diez y las dos con un ritmo de cuatro tiempos"
y añadía más adelante:
..."lo único que
debe hacer la caña es levantar del agua la línea o sedal,
el líder y la mosca, darles un buen tirón por encima de la
cabeza y luego lanzarlos hacia adelante de forma que se posen en
el agua, sin producir el menor chapoteo, por este orden: mosca,
líder transparente y línea..."
Y además entre otras cosas (el padre era
pastor presbiterano) :
...-la salvación
eterna, pero también las truchas -se adquieren mediante la
gracia, la gracia se consigue mediante el arte y el arte
no se consigue fácilmente..."
Río Blackfoot en Montana del que habla el
libro. Desconozco el autor de la fotografía.
Truchas "Arco iris" del
río Blackfoot en Montana de las que habla el libro.
Desconozco el autor de la fotografía.
The
Blackfoot River, famous from Norman Maclean
A River Runs Through It,
is one of the prettiest rivers we float on.
We have canyons, rapids, and boulders that offer exciting
fishing all year. La fotografía está sacada de este
link sobre el río Blackfoot.
(En este párrafo se describe un
día de pesca de los dos hijos Paul y Norman con su padre, ya
en los últimos años de su vida. Al final, de mutuo acuerdo los
hijos dejan al padre en un lugar fácil del río Blackfoot, un lugar
sin taludes y donde el lance fuera fácil. Más o menos como el que
aparece en la primera fotografía. Ellos se van a otras pozas y
rápidos más difíciles, como los de la segunda fotografía que
encabeza este párrafo.
El libro está escrito en
primera persona por Norman)
Pescando el padre y los hijos en
el Blackfoot
(Comentario mío a este
trozo: es lo más hermoso que he leído sobre una jornada de
pesca. Hermoso como los peces que pescaron...)
"...Dos pozas más
abajo el río sale a descubierto y casi no hay talud. Yo iré a
pescar allí y vosotros os repartís las dos primeras pozas.
Esperaré tomando el sol. No hay prisa.
-Los
atraparás-dijo Paul, y de súbito mi padre volvió a tener
confianza en sí mismo.
Pudimos
verlos a tramos mientras se alejaba caminando por la orilla del
río que había sido el lecho del gran lago glaciar. Llevaba la
caña recta frente a sí, aunque de vez en cuando arremetía con
ella, tal vez recreando algún recuerdo glacial en el que
alanceaba a un peludo mastodonte de la Edad del Hielo y se lo
zampaba como desayuno.
- ¿que tal si hoy
pescamos juntos? -pregunto Paul, y yo supe que todavía estaba
cuidando de mí, pues casi siempre nos separábamos para pescar
cada cual por su cuenta.
-De acuerdo
-contesté.
- Yo vadearé
hasta el otro lado -dijo él.
- De acuerdo
-repetí, y ahí me emocione. En la otra orilla tenías peñas y
árboles a tu espalda, lo cual obliga a emplear sobre todo el
lance rodado, que nunca fue mi especialidad. Además, en ese
punto el río bajaba con ímpeto y no había por dónde atravesar y,
además de pescar, Paul le encantaba nadar con la caña en la
mano. De hecho, no tuvo que bracear, pero mientras vadeaba, el
caudal le subía hasta el hombro por el lado de aguas arriba,
cuando detrás de él apenas si le alcanzaba por la cadera. Cuando
hubo llegado a la otra orilla, chorreando aguas a mares, me
saludo agitando ostensiblemente el brazo.
Descendí
por la ribera para pescar. El viento fresco que soplaba del
Canadá no había generado tormentas con aparato eléctrico, así
que seguramente los peces ya habían abandonado el fondo y
estaban alimentándose otra vez. Como el ciervo que cuando baja a
beber va metiendo y sacando la cabeza entre los hombros para ver
lo que hay delante, yo miraba a mi alrededor para decidir que
mosca colocaba. No me hizo falta mirar mucho más allá de mi
cuello o mi nariz. Unas moscas torpes y grandotas, de tripa
blanda, se me echaron encima, se arracimaron en torno a mi
cuello y se me metiron por la ropa interior. Habían nacido sin
cerebro . Después de pasar un año entero bajo el agua como seres
con patas, habían asomado a una roca, se habían convertido en
moscas adultas, habían copulado con los segmentos noveno y
décimo del abdomen y, finalmente, habían caído presas de
excitadísimos peces al ser empujadas al agua por la primera
brisa. Eran el sueño de cualquier pez del río: estúpidas,
suculentas y exhaustas tras tanta cópula. Con todo, no sería
fácil determinar qué gigantesca porción de vida humana
transcurre con esta misma porción de años bajo el agua como
seres con patas (en nuestro caso piernas) y un fugaz, prematuro
y exhausto momento de vuelo.
Me
senté en un tronco y abrí mi caja de moscas. Sabía que
necesitaba una que fuera idéntica a esas moscas, porque cuando
una eclosión como ésta o de la mosca salmón ocurre, los peces ya
no pican nada más. como prueba de ello, y según pude ver, Paul
aún no había conseguido ninguna captura.
Me figuré
que mi hermano no disponía de la mosca adecuada, pero yo sí.
Como he explicado antes, Paul llevaba todas sus moscas en la
cinta del sombrero. Pensaba que con cuatro o cinco generales de
diferentes tamaños podía imitar casi cualquier insecto, acuático
o terrestre, en sus diversas fases, de ninfa a adulto alado.
Siempre se burlaba de mí porque yo llevaba moscas de todas
clases. "hay que ver -me decía mirando mi cajita-, sería
estupendo si alguien supiera utilizar al menos diez moscas de
todo este ejercito." Pero ya he hablado antes de la abeja, y
sigo convencido de que en determinadas ocasiones una general no
engaña al pez. En esta ocasión, la mosca tenía que ser de las
grandes, con un cuerpo amarillo a franjas negras, y tenía que
volar a distancia del agua con las alas extendidas, un poco como
una mariposa que ha sufrido un percance y no puede secarse las
alas batiéndolas sobre el agua.
Bunyan Bug,
una mosca del montador de Missoula Norman Means, que
todavía se puede comprar hoy. Este comentario y el
dibujo, sacado
de internet, se debe a un detalle mío, que
soy el que estoy introduciendo este texto (Secundino
Lorenzo)
Era tan grande y
tan llamativa que fue la primera mosca que vi en la caja.
tenía por nombre Bunyan Bug y era obra de un montador de
Missoula llamado Norman Means, que ofrece un variado surtido de
moscas grandes y llamativas, todas bajo el apelativo Bunyan Bug.
Vienen atadas a anzuelos grandes, un número dos y un número
cuatro, tienen el cuerpo de corcho con crin de caballo atada de
través a fin de que puedan planear sobre el agua como las
libélulas. El cuerpo de corcho está pintado de diferentes
colores y lacado. el ejemplar más grande y llamativo del
centenar de moscas que a mi hermano tanto le hacían reir era
probablemente la Bunyan Bug numero dos, mosca de la piedra
amarilla.
Le eché
una ojeada y me pareció perfecta. Mi esposa, mi suegra y mi
cuñada -cada cual a su manera, un tanto complicada- me habían
vuelto a declarar su amor hacía poco. y yo, a mi manera un tanto
complicada, les había devuelto ese amor. Quizás no volviera a
ver a mi cuñado. Madre había encontrado el aparejo de pesca de
padre y él había salido una vez más con nosotros. Mi hermano
cuidaba de mi con ternura...y no pescaba ni a tiros. Aquél iba a
ser mi día.
Pese a la
dificultad de lanzar Bunyan Bugs a favor del viento, porque el
corcho y la crin las hacen ligeras para su volumen, el viento
acorta el lance al mismo tiempo que provoca que la mosca
descienda lenta y casi verticalmente sobre el agua sin chapoteo
apreciable. Mi mosca de la piedra amarilla estaba todavía a ras
de agua cuando lo que parecía una lancha rápida pasó por su
lado, la mandó hacia arriba de un golpe, giró, regreso de
inmediato acelerando al máximo y pasó como exhalación por el
punto marcado con una x, donde la mosca se había posado. La
lancha rápida se convirtió entonces en submarino, desapareciendo
con todo a bordo, incluida mi mosca, y puso proa al fondo del
río. Yo no podía soltar línea lo bastante rápido como para no
perder el tren, o el submarino, y tampoco variar su rumbo. Al
ser menos veloz que lo que estaba debajo del agua, tuve que
obligarlo, literalmente, a salir a la superficie. Desde donde me
encontraba creo que no podía ver lo que sucedía, pero mi corazón
estaba en el extremo de la línea y me telegrafió sus impresiones
sobre la marcha. Mi impresión general era que la vida acuática
se había convertido en un rodeo. Mi información concreta era que
una arco iris grande había salido a pescar un poco al sol, había
girado sobre si misma dos veces o más en el aire, tocando mi
línea cada vez y separado de ella a mi mosca, que había salido
volando. Mi información más clara era que la trucha no había
mirado atrás. Mi única información de primera mano era que, al
cobrar la línea, en su extremo no había más que un resto de
corcho y unos cuantos pelos de una cola de caballo.
Había más moscas de las piedras que nunca, los peces seguían
nadando en el agua mansa y yo era un poco más sabio que antes.
No soy de los que siguen instrucciones, ni siquiera las mías,
pero antes del siguiente lanzado subrayé el hecho de que las
arco iris grandes acuden a aguas tranquilas porque hay nubes de
insectos acuáticos en ellas o cerca de ellas. "Estate
preparado", me dije a mi mismo, acordándome de una vieja canción
de la guerra. Acepté además mi propio consejo de tener en la
mano izquierda una cantidad extra de línea para aflojar un poco
la tensión a la próxima arco iris que pasara por allí y picara.
Así pues, aquella maravillosa tarde en que todo parecía encajar
para bien, me basto un intento, un solo pez y aceptar, aun con
reticencia, unos consejos, para alcanzar la perfección. No volví
a fallar.
A partir de entonces las dejé correr todo lo que querían, hasta
el punto de que alguna trucha atravesó la corriente y pegó un
salto justo delante de Paul.
Cuando era muy joven, una profesora me prohibió decir "más
perfecto" porque, según ella, si una cosa es perfecta no puede
serlo más. Pero a estas alturas yo había vivido lo suficiente
como para recuperar mi confianza en que pudiera ser así. Veinte
minutos antes había tocado la perfección, pero ahora mi hermano
iba quitándose el sombrero y cambiando de mosca a cada pocos
lanzados. Yo sabía que él no llevaba nada tan especial como una
Bunyan Bug número dos, mosca de la piedra amarilla. La cesta
empezaba a hincárseme en el hombro con el peso de cinco o seis
arco iris y decidí dejarla en tierra. A ratos, volvía la cabeza
y sonreía a la cesta. La oía golpeando las piedras y cayendo de
costado. Tal vez fuera una incorrección gramatical, pero
yo me sentía más perfecto con cada arco iris que pescaba.
Justo después de que sonara un fortísimo golpe sordo en mi
cesta, oí un
chapoteo tan o más fuerte a la izquierda de donde yo estaba
pescando. "Santo cielo -pensé, antes de poder mirar-, en este
río no hay nada tan grande como eso", y cuando me atreví a
mirar, una circunferencia iba haciéndose más y más grande. La
primera ola llegó finalmente a mis rodillas. "Será un castor",
me dije. Estaba esperando a que saliera a la superficie cuando
algo chapoteo detrás de mí "Santo cielo -dije otra vez-, a un
castor lo habría visto si hubiera pasado nadando por mi lado"
Mientras torcía el cuello hacia atrás, la cosa chapoteo justo
delante de mí, demasiado cerca para mi tranquilidad pero no lo
suficiente como para permitirme ver qué estaba ocurriendo debajo
del agua. El légamo se elevaba del fondo cual humo en el lugar
donde ha caído un rayo. Y una piedra de tamaño respetable
ocupaba el lugar donde ascendía el humo.
Mientras yo asociaba mi pasado a la piedra presente, se produjo
otro gran chapoteo delate de mí, pero esta vez ni siquiera me
sobresalté.
¡Qué castor ni qué cuernos! Sin mirar, supe que era mi hermano.
No lo hacía a menudo, sino únicamente cuando su compañero de
pesca estaba llenando la cesta de capturas y él apenas había
pescado nada. Aunque fuera insólito, él no podía soportarlo. Y
por eso tenía que chinchar al otro, aunque fuera su propio
hermano, espantando a los peces. Levanté la vista en el momento
en que un canto rodado de considerable tamaño surcaba el cielo y
me aparté demasiado tarde para impedir que me salpicara.
Se había quitado el sombrero y agitaba el puño hacia mí. Supe
que había empleado todas sus moscas antes de ponerse a tirar
piedras. Le respondí con el mismo gesto y vadeé hacia la orilla,
donde mi cesta seguía bailando sola. En toda mi vida sólo he
sido lapidado de esa manera dos o tres veces. Me sentía más
perfecto que nunca.
No me importó que Paul me hubiera fastidiado la poza antes de
tener la cesta llena, porque entre nosotros y donde estaba padre
había otra, una de las grandes. Era un trecho de agua muy
hermoso, parapetado entre peñas y a la sombra. La poza donde yo
me encontraba estaba al sol; la temperatura había bajado pero
todavía hacía calor. La siguiente, gracias a la sombra, sería aún
mejor y calculé que acabaría de llenar la cesta pescando con mosca
Bunyab Bug número dos.
Paul
y yo tuvimos que bordear casi toda la poza antes de poder oírnos
de una orilla a otra del río.
-¿A qué
pican? -gritó, y supe que le daba rabia preguntarlo. La última
palabra resonó largo rato, para mi regocijo.
Cuando el eco
hubo cesado, grité a mi vez:
-A moscas de las
piedras. -Las palabras se repitieron por sí solas hasta rendirse
a los sonidos del río. Paul seguía dándole vueltas al sombrero
en sus manos.
Supongo
que empecé a sentirme un poco avergonzado de mí mismo.
-Los he pescado
con Bunyan Bug -le grité- ¿Quieres una?.
-No-
contestó, antes de que los ecos de "quieres una" y "no" se
cruzaran en sus respectivas trayectorias.
-Espera, que te
la llevo -dije, haciendo bocina con las manos. Eso es mucho
decir, con un río de por medio, y la primera parte que ya volvía
se encontró con la primera que acababa de arrancar. No supe si
él había entendido lo que le había gritado, pero el río siguió
respondiendo "no".
Estaba yo con los pies en agua mansa y a la sombra, cuando
percibí vagamente que ya no revoloteaban moscas de las
piedras. En vez de reflexionar sobre lo que estaba viendo, me
puse a pensar en el carácter. Tampoco es extraño ponerse a
pensar en el carácter del que ha quedado atrás. Pensaba que,
cuando las cosas se torcían, mi hermano solo recurría a sí mismo
para salir del apuro. no concebía la idea de utilizar mis
moscas. Le dí unas cuantas vueltas al asunto antes de regresar a
la realidad y a las moscas de las piedras. Empecé pensando que a
veces mi hermano era bastante complicado. Seguí en esa línea y
me remonté a los griegos, que creían que rechazar toda ayuda
podía acabar matándote. Entonces recordé de repente que mi
hermano casi siempre ganaba, a menudo porque no pedía moscas
prestadas a nadie. Y concluí que la relación que en un día
determinado tenemos ante el carácter de alguien depende en gran
manera de la reacción que tienen los peces ante ese carácter ese
mismo día. y pensando en la reacción de los peces, recuperé
rápidamente el sentido de la realidad y me dije a mí mismo:
"Todavía me queda una poza".
No picaron ni una sola vez ni vi una sola mosca de las
piedras, pese a que era el mismo río de hacía rato, donde podía
haber cubierto mi cupo en sólo unos minutos si mi hermano no lo
hubiera estropeado tirando piedras.. Mi querida Bunyan Bug se
había vuelto una mala imitación, tanto a mis ojos como a los de
los peces. Parecía una colchoneta de playa, la verdad. Lancé
aguas arriba y dejé que descendiera tal cual, como si estuviera
muerta. La hice tocar el agua como si el viento la hubiera hecho
caer. Después la recuperé moviéndola en zigzag, como si la mosca
tratara de darse un impulso y levantar el vuelo. pero, a todas
luces, seguía pareciendo una colchoneta de playa. La Quité y
probé con otras moscas. En el agua no había moscas verdaderas
con las que orientarse y, por la misma razón, tampoco había
peces saltando.
Miré lenta y disimuladamente hacia el otro lado. A Paul tampoco
le iba muy bien. Vi que pescaba uno y que se lo llevaba a la
orilla, de modo que no podía ser nada del otro mundo. Más
perfecto pero no tanto, así empezaba yo a sentirme.
Entonces vi que Paul hacía algo insólito en él, al menos desde
que tenía edad suficiente para ser creído. Había empezado a
pescar río arriba, en el mismo trecho donde acababa de hacerlo.
Y eso es algo más propio de mí, cuando pienso que no he pescado
bien o no desde el ángulo bueno, pues cuando mi hermano
terminaba de pescar en una poza daba por hecho que atrás
no quedaba nada que pudiese inducirlo a cambiar de idea.
Estaba tan
sorprendido que me puse a mirar, apoyado en una roca.
Casi al momento empezó a clavar piezas, de las grandes, y no es
que perdiera mucho tiempo en sacarlas. Pensé que les daba
demasiada poca línea y las cobraba demasiado rápido, pero
comprendí cual era la intención de mi hermano. Quería hacer una
masacre en esa poza y no pensaba permitir que ni un solo pez se
debatiera en el agua ahuyentando así a los demás. Había picado
uno en ese instante, y Paul mantenía la línea tan tensa que lo
obligaba a elevarse en el aire. Cuando el pez saltó, él tiró de
la caña y lo lanzo otra vez al agua. Lleno de aire, el pez se
desplazó rápidamente por la superficie con su cola como una
hélice de hidroavión, hasta que pudo ajustar sus cámaras
submarinas y sumergirse de nuevo.
Perdió un par, pero cuando regresó a la parte superior de la
poza, debía de haber capturado unos diez.
Miró entonces hacia la otra orilla y me vio sentado con la caña
a un lado. Se puso a pescar otra vez, paró, miró de nuevo.
Mosca George del número dos con hackle
amarillo y alas de pluma.
-¿Tienes la
George del número dos con el hackle amarillo y alas de pluma, no
de pelo de caballo? -gritó haciendo bocina con las manos.
El río bajaba impetuoso y no entendí bien todas las palabras.
Primero fue "del número dos", quizás por que es un anzuelo
enorme, luego cacé "George", porque era nuestro compañero de
pesca, y después "amarillo". Con toda esta información me puse a
mirar en la caja y dejé que el resto de las palabras se
acomodaran por si solas para formar una frase.
Lo malo de
llevar una caja repletas de moscas artificiales es que la mitad
de las veces, o casi la mitad, sigo sin tener la apropiada para
la ocasión.
-No- confesé,
propulsando mi voz a través del agua, que siempre repite
nuestras confesiones.
-Voy para allá-
dijo él, y vadeo corriente arriba.
-No- chillé,
queriendo decir que por mí no dejara de pescar. Es casi
imposible transmitir un significado denominativo habiendo un río
de por medio, y, de, conseguirlo lo más probable es que no te
hagan caso. Mi hermano caminó hasta el lado de la primera poza,
donde no había mucha profundidad y vadeó.
Para cuando lo tuve ante mí, yo ya había recuperado la mayoría
de las muestras que él había perdido tratando de averiguar de
qué se cebaban los peces. Desde que había empezado a pescar
aguas arriba, su caña se inclinaba tanto y la línea estaba tan
poco tensa que sin duda había estado pescando con mosca ahogada
dejando que se hundiera. De hecho, la línea estaba tan floja que
a un buen seguro había dejado que la mosca se hundiera unos
quince centímetros. Así, al emplear yo la misma técnica en esa
poza que en la anterior - con una mosca de cuerpo de corcho que
se mueve sobre la superficie del agua-, estaba librando la
última batalla. El anzuelo "número dos" me daba a entender,
claro está, que el insecto era enorme, pero "amarillo" podía
significar muchas cosas distintas. La gran pregunta que le tenía
preparada, y que le formulé cunado llegó a mi altura, fue:
-¿Pican a algún
insecto acuático en estado de larva o ninfa, o pican a una mosca
ahogada?
Me dio una
palmadita en la espalda y una George del número dos con hackle
amarillo y alas de pluma.
- Se ceban de
moscas de las piedras ahogadas -dijo.
-¿Y cómo has
llegado a esa conclusión?
Vi que
reconsideraba lo ocurrido con mentalidad de periodista. Empezó a
responder, meneó la cabeza al darse cuenta de que no era así y
arrancó desde el principio otra vez.
-El truco -dijo-
consiste en ver algo digno de atención que te hace ver algo a lo
que no habías prestado atención, que a su vez te hace ver algo
que ni siquiera está a la vista.
Le dije a mi
hermano:
-Dame un
cigarrillo y explícate mejor.
-Verás -dijo- lo
primero que me ha llamado la atención es que a mi hermano no le
picaban. Nada tan digno de atención para un pescador como que a
su compañero no le pique ni uno, lo cual me ha hecho ver que en
esa poza no había visto volar ninguna mosca de las piedras.
Hizo una pausa y
luego prosiguió:
-No hay cosa más
evidente en la tierra que el sol y la sombra, ¿verdad? pero,
hasta que no he visto realmente que aquí no había mosca de las
piedras, no me he percatado de que la poza de más arriba, donde
eclosionaban, estaba el sol y que esta tiene sombra.
Yo me moría de
sed y el cigarrillo no hacía sino resecarme la boca. Lo lancé al
agua.
-Por tanto
-continuó-, las moscas de esta poza tenían que venir de más
arriba, donde da el sol y hace el calor necesario para que salga
del huevo. Según eso, yo tenía que haberlas visto muertas en el
agua. Y al no verlas muertas en el agua, he deducido que debían
estar sumergidas unos quince centímetros y que por eso no
las veía. y ahí es donde me he puesto a pescar.
Se apoyó en una
roca grande con las manos detrás de la cabeza a guisa de
almohada.
-Ve allí y prueba
con la George número dos -me dijo, señalando la mosca que
acababa de darme.
No pesqué nada de inmediato, pero tampoco lo esperaba. Mi lado
del río era el del agua mansa, el lado bueno de la poza de
arriba donde eclosionaban las moscas, pero la fuerte corriente
arrastraba a las moscas ahogadas al lado opuesto de la poza.
Después de siete u ocho lances vi aparecer en la superficie un
pequeño redondel. Esto quiere decir que un pez pequeño ha subido
a la superficie, pero también que quizá hay una trucha
girando bajo el agua. Si es esto último, el pez no tendrá tanto
el aspecto de un pez como el de un arco iris visto y no visto.
Sin esperar siquiera a ver si yo sacaba la trucha, Paul se me
acercó y se puso a hablar. Continuó hablando como si yo pudiera
escucharle y atrapar un pez grande al mismo tiempo.
-Voy a vadear al
otro lado -le oí decir-. Seguiré pescando allí.
A veces yo
contestaba "si", otras "vale" y cuando el pez salió del agua, me
fallaron las palabras. Después, cuando el pez se marcó una
carrera, dije:
-Tendrás que
repetírmelo todo de cabo a rabo.
Al final nos entendimos. El iba vadear el río otra vez para
tentar el otro lado. Debíamos darnos prisa porque seguramente
padre ya estaría esperándonos. Paul tiró su cigarrillo al agua y
se marchó sin mirar si yo sacaba la trucha.
Trucha arco iris. desconozco el autor de
la fotografía.
No sólo yo estaba en el lado malo del río para pescar con mosca
ahogada, sino que Paul era lo bastante bueno con el lance
rodado, como para haber pescado ya desde su lado todo lo que
hubiera en el mío; pero aún así pesqué dos más. Empezaron
también siendo pequeños círculos, aparentemente pececillos que
se alimentaban en superficie, pero en realidad formaban arcos
iridiscentes de grande truchas bajo el agua. Después de capturar
esas dos desistí. Ya tenía diez y los tres últimos eran los
mejores ejemplares que haya capturado jamás. No eran los más
grandes ni los más espectaculares que haya pescado en mi vida,
pero eran tres truchas que pesqué por que mi hermano vadeó el
río para darme la mosca con que poder pescarlos y, además,
terminaron siendo los tres últimos que pescaría en compañía de
mi hermano.
Tras limpiarlos todos, puse esos tres últimos aparte con una
capa de hierba y menta silvestre.
Levanté la cesta, me acomodé la correa para que no se me clavara
en el hombro y pensé: "Se acabó por hoy. Iré a sentarme con papá
y charlaremos un rato.- Y añadí para mis adentros-: Si no le
apetece hablar, me sentaré y basta".
Podía ver el sol delante de mí. Desde las sombras, la irrupción
de luz me hace sentir que yo y el río, hundidos en la tierra,
íbamos aflorar de un momento a otro. Aunque de momento sólo veía
el fulgor, no lo que pudiera haber en él, sabía que mi padre
estaba en esa ribera, sentado por allí. Lo sabía en parte porque
compartíamos muchos y variados impulsos, entre ellos el de dejar
la caña casi al mismo tiempo. Estaba seguro, aun cuando todavía
no alcanzaba a ver lo que había delante de mí, de que lo
encontraría sentado al sol leyendo el evangelio en griego. Y lo
sabía tanto por instinto como por experiencia.
La
vejez le había traído momentos de paz absoluta. Incluso cuando
salíamos a cazar patos y el fragor de la cacería tempranera
quedaba atrás, él se sentaba en la paranza envuelto en una vieja
manta del ejército con el Nuevo Testamento en una mano y la
escopeta en la otra. Y cuando un pato despistado pasaba por
allí, dejaba el libro, apuntaba con la escopeta y, después
de disparar, cogía otra vez el libro y sólo interrumpía momentáneamente la lectura para agradecerle al perro que hubiera
cobrado el pato.
Las
voces del río subterráneo a la sombra eran diferentes de las del
río a la luz del sol. En las sobras proyectadas por el peñasco
el río se empeñaba en ser profundo en todos los sentidos de la
palabra, girando aquí y allá sobre si mismo para repetir las
cosas y así cerciorarse de que se había comprendido a sí mismo.
Pero más adelante el río irrumpía en el mundo de la luz hablando
por los codos, esforzándose por ser simpático. Hacía una venia a
esta orilla y luego a la otra, para que nadie se sintiera
menospreciado.
Me
encontraba ya en situación de ver que había en la parte
iluminada y había localizado a mi padre. Estaba sentado bastante
arriba. No llevaba el sombrero puesto. Con el sol, su pelo rojizo
recuperaba todo su antiguo esplendor y brillo. Estaba leyendo,
aunque sin duda frases sueltas porque iba levantando la vista
del libro. No lo cerró hasta un rato después de haberme visto.
Trepé por
la ribera y le pregunté:
-¿Cuantos has
pescado?
-Tengo todos los
que necesito -dijo
-Pero ¿cuántos
tienes?
-Cuatro o cinco.
-¿Son buenos? -le
pregunté.
-Son hermosos
-dijo.
Creo que no he
conocido a otro hombre que empleara la palabra "hermoso" o
"bello" en una conversación normal y supongo que, de estar con
él cuando era pequeño, a mi se me pegó la costumbre.
-¿Cuántos has
pescado tú? -preguntó.
-También tengo
todos los que quería -le dije. Él renunció a preguntar cuántos
eran "todos" en mi caso, pero me preguntó otra cosa:
-¿Son buenos?
-Son hermosos -le
respondí, sentándome a su lado.
-¿Qué estabas
leyendo? -pregunté
-Un libro -dijo
él. Lo tenía en el suelo, al otro lado. Para que yo no me
molestara en mirar por encima de sus rodillas para verlo, añadió
-: Un buen libro. - Un poco después me dijo -: En el fragmento
que estaba leyendo dice que al principio fue la Palabra, y así
es. Yo antes pensaba que lo primero fue el agua, pero si
escuchas con atención oirás que las palabras están debajo del
agua.
-Eso es porque
primero eres predicador y después pescador -le dije-. Si se lo
preguntas a Paul, te dirá que las palabras están formadas por
agua.
-No -replicó mi
padre- No escuchas con atención. El agua fluye sobre las
palabras. Paul te dirá lo mismo. A propósito, ¿donde está?.
Le expliqué que
había vuelto a la primera poza para lanzar allí otra vez.
-Pero ha
prometido que no tardaría -le aseguré
-Volverá cuando
tenga su cupo -dijo él.
-Volverá pronto,
ya verás -repetí, en parte porque yo ya podía verle entre las
sombras subterráneas.
Mi padre
se puso a leer otra vez y yo quise comprobar lo que habíamos
dicho tratando de escuchar. Paul pescaba rápido, uno aquí y otro
allá, sin molestarse en llevarlos hasta la orilla. Cuando estuvo
justo enfrente de nosotros levantó un dedo de cada mano y mi
padre dijo:
-Le faltan dos
para el cupo.
Miré por
qué página del libro iba y el poco griego que sé me permitió
reconocer "kóyoç" como la Palabra, el Verbo. deduje de ello, y
de la discusión, que se trataba del primer versículo de Juan. En
éstas, mi padre dijo:
-Ya tiene uno.
Costaba creerlo,
porque estaba pescando enfrente de nosotros, en el otro lado de
la poza donde mi padre acababa de pescar hacía un rato. Padre se
levantó despacio, buscó una piedra de buen tamaño y la sostuvo
detrás de la espalda. Paul sacó el pez y vadeó una vez más para
capturar el vigésimo, el que contemplaba el cupo. Justo cuando
estaba haciendo el primer lanzado, padre tiró la piedra. Ya era
viejo y lo hizo con cierta desmaña y después tuvo que frotarse
el hombro, pero la piedra fue a parar al agua cerca de donde se
había posado la mosca de Paul y casi al mismo tiempo, así que ya
ve el lector de quién aprendió mi hermano a tirar piedras para
desbaratar la pesca del compañero cuando no podía soportar que
el otro pescara más que él.
El
sobresalto le duró a Paul sólo un instante. Entonces divisó a
nuestro padre en la ribera, frotándose el hombro, y se echó a
reír, agitó un puño, regresó a la orilla y caminó río abajo
hasta quedar fuera de su alcance. Después entró en el agua y se
puso a lanzar otra vez, pero estaba demasiado lejos y no
podíamos ver la línea ni los bucles. Era un hombre con una
varita mágica en un río y lo que pasara tendríamos que
adivinarlo a partir de lo que hicieran el hombre, la varita y el
río.
Al
retroceder a tierra, su robusto brazo derecho comenzó a moverse
adelante y atrás formando un círculo, con lo que su tórax se
hinchaba cada vez. cada círculo era más rápido, alto y ancho que
el anterior, hasta que el brazo se volvió desafiante y su pecho
retó al cielo. aunque no podíamos ver la línea, estábamos
seguros de que el aire silbaba y cantaba con bucles que en
ningún momento tocaban el agua pero que cada vez eran más y más
amplios. Y supimos que se proponía por la actitud provocadora de
su brazo. No iba a permitir que la mosca rozara el agua junto a
la orilla, donde estaban los peces pequeños y medianos. Supimos,
por el movimiento del brazo y el pecho, que todo él estaba
diciendo: "El último no puede ser pequeño". Todo el esfuerzo
estaba puesto en un gran lance para una pieza grande, la última.
Desde nuestra posición elevada en el margen del río, mi padre y
yo pudimos ver en qué punto la varita mágica iba a permitir que
la mosca tocara el agua por primera vez. En medio del cauce
había un iceberg de roca: una pequeña punta asomaba y debajo
estaba la verdadera casa de roca. Reunía todos los requisitos
residenciales para los peces grandes: aguas impetuosas que
llevaban alimento a la puerta delantera y a la trasera y, detrás
de éstas, reposo y sombra.
-Ahí tiene que
haber uno muy grande -dijo mi padre
-Uno pequeño no
podría vivir en ese trecho -dije yo.
-El grande no lo
permitiría -dijo mi padre.
Se dio
cuenta, por la amplitud del pecho de Paul, de que el siguiente
bucle iba a ser el definitivo. Ya no podía ser más largo.
-Yo quería pescar
ahí -dijo- pero nunca podría lanzar tan lejos.
El cuerpo de Paul giró como si se dispusiera a mandar una pelota
de golf a trescientos metros y su brazo subió en arco y la
punta de su varita se dobló como un muelle y luego todo estalló
y cantó.
Pero, de pronto, la acción quedo en suspenso. El hombre estaba
inmóvil. No había tensión ni arco en la varita: señalaba las
diez en punto y las diez señalaban hacía la roca. Por momentos
el hombre parecía un maestro con su puntero explicando a una
roca algo sobre una roca. Solo el agua se movía. En algún lugar
de la parte superior de la casa rocosa una mosca artificial
peinaba la superficie de un agua tan brava que sólo un pez
grande podía estar allí para verla.
Entonces el universo pisó el tercer riel: la verita mágica se
convulsionó al entrar en contacto con la corriente eléctrica del
mundo e intentó desprenderse de la mano derecha del hombre. La
izquierda parecía decir frenéticamente adiós a un pez, cuando en
realidad intentaba disparar línea suficiente en la caña a fin de
reducir el voltaje y aliviar la sacudida de lo que acababa de
picar.
Todo
parecía cargado de electricidad y a la vez eléctricamente
desconectado. La superficie del río estaba salpicada de chispas
eléctricas. Un pez saltó tan lejos corriendo abajo que parecía
estar fuera del campo eléctrico del hombre, pero este, al saltar
el pez, se había inclinado hacía atrás con la caña y de este
modo el pez había vuelto a caer en el agua sin poder decidir
cómo ni dónde. La conexión entre convulsiones y chispas fue más
evidente a cada repetición. Cuando el hombre se afianzó y el pez
penetro de nuevo en el agua, no del todo por su propio poder, la
varita se recargó con sus convulsiones, la mano del hombre
compuso una nueva y frenética despedida y, mucho más abajo, un
pez volvió a saltar. Y debido a las conexiones, acabó siendo el
mismo pez.
El pez dió
tres largas vueltas entes de que empezara el siguiente
acto de aquella representación. Y aunque el acto tenía por
protagonistas a un hombre corpulento y un pez corpulento
también, se asemejaban a dos niños jugando. La mano izquierda
del hombre empezó a cobrar línea con disimulo y luego,
como pillada in fraganti, volvió a soltarla cuando el pez
comprendió la treta y se lanzó a una nueva huída.
-Lo atrapará -le
aseguré a mi padre.
-No me cabe
ninguna duda -dijo él. La línea que ahora pendía de la caña era
más corta que lo que iba cobrando la mano izquierda.
Cuando
Paul miró al agua detrás de él, supimos que iba a tirar del pez
hacia la orilla y no quería pisar un hoyo ni una piedra.
Adivinamos que había conseguido llevarlo hacia aguas someras
porque sostenía la caña cada vez más alta con el fin de impedir
que el pez se diera contra algo que pudiese haber en el fondo. Y
cuando pensábamos que la representación tocaba a su fin, la
varita se acalambró y el hombre pataleo en el agua en pos de una
fuerza invisible que escapaba hacia lo profundo.
"La hija de puta
tiene ganas de pelear", creí decir para mis adentros, pensando
en la trucha, pero lo dije en voz alta y me avergoncé de haberlo
pronunciado delante de mi padre, Él no dijo nada.
Paul logró
dos o tres veces más acercarla hasta la orilla, pero al final la
trucha se retorcía y regresaba a lo hondo. Sin embargo, pese
a la distancia, mi padre y yo notábamos que aquella fuerza
subacuática empezaba a menguar, la caña se elevó en el aire y el
hombre que la empuñaba retrocedió rápidamente pero sin
brusquedad, movimientos que traducidos en hechos querían decir
que el pez había intentado descansar un momento en la superficie
del agua y que el hombre había levantado raudo la caña,
acechando el pez a tierra antes de que tuviera tiempo de pensar
en sumergirse de nuevo. Lo arrastró un buen trecho sobre las
piedras hasta un banco de arena, donde el pez comprendió que no
podía respirar solamente oxígeno. Con tardía desesperación, la
trucha se elevó en la arena y consumió lo que le quedaba de vida
ejecutando sobre su cola la danza de la muerte.
El hombre
dejó la caña, se puso a gatas en la arena y, como un animal,
rodeó el otro animal y esperó. Entonces su hombro salió
disparado hacia arriba, mi hermano se irguió, miro hacia
nosotros y, brazo en alto, se proclamó a si mismo vencedor. De
su puño colgaba una cosa gigantesca. Si hubiéramos sido romanos,
sin duda habríamos pensado que lo que pendía llevaba un casco
puesto.
-Ya tiene
el cupo -le dije a mi padre.
-Es hermoso -dijo
él, refiriéndose a mi hermano, aunque acabara de cubrir su
cupo en la poza donde mi padre lo había intentado antes..."
...Mi padre y yo hablamos a posteriori de este momento en más de
una ocasión y, al margen de nuestros sentimientos, siempre nos
pareció apropiado que al verlo capturar esa última trucha, no
llegáramos a ver al pez sino sólo el arte del pescador.
Mientras mi padre observaba a mi hermano, hizo ademán de darme
una palmada en la rodilla pero erró y tuvo que volver la vista y
buscarla para intentarlo de nuevo. Debió pensar que yo me sentía
ignorado y le pareció que necesitaba decirme que también estaba
orgulloso de mí, pero por otras razones.
El
río era demasiado hondo y rápido por donde Paul intentaba
vadear, y él lo sabia. Estaba en cuclillas metido ya en el agua,
con los brazos separados a fin de mantener el equilibrio. Quien
hubiera vadeado ríos caudalosos podía sentir a través de él,
incluso a tanta distancia, la potencia del agua que le doblaba
las piernas y amenazaba con llevárselo corriente abajo. Paul
miró en aquella dirección para calcular a qué distancia había un
lugar más fácil para vadear.
-No se
molestará en caminar un trecho río abajo. cruzará a nado -dijo
mi padre. En ese instante, Paul pensó otro tanto y se guardó
bajo el sombrero el tabaco y las cerillas.
Mi padre y
yo nos reímos. A ninguno de los dos se le ocurrió ni por un
momento bajar hasta la orilla por si Paul necesitaba ayuda,
cargado como iba con una caña en la mano derecha y la cesta
repleta colgada al hombro izquierdo. En nuestra familia no era
nada especial que un pescador atravesara un río con las cerillas
metidas entre el pelo. Nos reímos porque ambos éramos
conscientes de que se estaba empapando de lo lindo y vivíamos
esa experiencia con él; el agua nos arrastraba sobre las rocas
con él y sosteníamos la caña en alto como él.
Al aproximarse a la orilla, los pies se le trabaron y fue
arrastrado un trecho corriente abajo y, cuando hizo pie otra
vez, ya casi tenía todo el cuerpo fuera y chapoteó hasta ganar
la orilla. Ni siquiera se detuvo para sacudirse el agua.
Embistió talud arriba desprendiendo moléculas de agua e imágenes
de si mismo en su prisa por enseñar lo que llevaba en la cesta
y, al llegar a nuestra altura, nos dejó chorreando como un joven
perro cazador que, alborozado, olvida menearse antes de alcanzar
a su dueño.
-Vamos a ponerlos
todos sobre la hierba y hacemos una foto -dijo Paul. Así pues,
vaciamos nuestras cestas, colocamos las capturas ordenándolas
por tamaño y nos turnamos para fotografiarnos, admirando las
capturas y a nosotros mismos. Finalmente resultaron ser
instantáneas típicas de pescador: los peces salieron blancos al
estar sobreexpuestos y no parecían tan grandes como eran en
realidad, mientras que los pescadores ponían cara de tímidos,
como si algún guía de pesca hubiera tenido que cobrar las piezas
por ellos.
No
obstante, una foto en primer plano de él permanece todavía en mi
memoria, como fijada por un baño químico. Cuando terminaba de
pescar, Paul solía hablar muy poco a no ser que sintiera que
podría haberlo hecho mejor. De lo contrario, se limitaba a
sonreir. Alrededor de la cinta de su sombrero bailaban moscas
artificiales. gruesas gotas de agua le caían del sombrero y se
le colaban en los labios cuando sonreía.
El
recuerdo que tengo de él, al término de ese día, es pues una
imagen abstracta del arte de pescar con mosca y un primer plano
empapado y riéndose.
Mi padre
siempre se mostraba tímido cuando tenía que elogiar a un miembro
de la familia, y su familia siempre se mostraba tímida al ser
elogiada por él.
-Eres un
excelente pescador -dijo.
-Soy bastante
bueno con la caña -dijo mi hermano-, pero me faltan tres años
para pensar como un pez.
Como Paul
había conseguido su cupo al cambiar a la George número dos con
ala de pluma, sin saber muy bien qué estaba diciendo, añadí:
-De momento ya
sabes pensar como una mosca muerta.
Nos
sentamos en la margen y miramos pasar el río. Como siempre
emitía sonidos para si mismo y, en aquel momento, también para
nosotros. Habría sido difícil encontrar a tres hombres sentados
uno al lado del otro que supieran lo que decía un río tan bien
como nosotros..."
Hasta aquí el texto. Por cierto en la película
"El río de la vida" este trozo está perfectamente realizado, enhorabuena
al director y todos los ayudantes, no era fácil.